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Me imagino que todo artista, en general, de cualquier disciplina, trabaja en días nublados y en días de sol.

Significaría que es un juego de azar: volver a la infancia, donde la lluvia golpea la ventana y sugiere fachadas, paisajes borrosos que cambian de manera constante para llegar a una individualidad, a la abstracción.

Esa experiencia, además, nos enseña a observar el mundo de otra manera, nos lleva a desarrollar una sensibilidad, una sensualidad superior a la vida, a la obviedad o al misterio. Esa preferencia en su discurso, no como historia ni como biografía, sino aquello que tiene como testigo los pasos de las trashumancia.

La combinación de colores en constante movimiento, la observación de múltiples perspectivas, nos lleva al retorno de la memoria, de sus propias huellas, personajes, lugares, espacios, estructuras muy complejas con el color, que las complementa.

El observador dirige su vista a lo imprevisto, a lo inexplicable contra efectivismos tan peligrosos para una obra que pretende ser auténtica. No a la tradición, ni al folclor, sino a una obra que nos lleva únicamente al enriquecimiento de lo espiritual y de lo humano. Cada obra de arte, cada configuración, confirma que el arte es una sola obra formada por múltiples obras; la obra de esta casa en su espacio más íntimo, de Guadalupe Lopezwongñis, establece que nadie lo limite desde afuera. Límite con libertad.

- Rosaluz Marroquin

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